El cielo es alcanzable, claro, lo que mucha gente no sabe es que queda mucho más cerca sólo con subir a un escenario. Ese metro o metro y medio de diferencia entre el suelo y el escenario suponen un salto de gigante para conseguirlo.
Algunos pensamos que el teatro es un medio y no un fin para conseguir semejante hazaña; y es que, pese a que la representación final es lo que el público ve, y me imagino para lo que viven algunos actores y/o actrices, para otros, lo importante es el proceso de creación y preparación. Y ya no porque se evolucione y se tenga la mirada puesta en el objetivo de subirse al escenario y recibir al final el merecido (o no) aplauso sino porque durante ese proceso suceden cosas difíciles de explicar para el que no se haya visto en una de ésas. Durante ese proceso de preparación la persona se desnuda ante el resto de la tropa, en lo físico quizás hay todavía algún que otro reparo pero al desnudo del alma se llega rápidamente. Es un proceso curioso porque quizás no sabes ni el apellido de la persona con la que ensayas enfrente y, sin embargo, eres capaz de hacer cosas sin miedo a un ridículo que, siendo francos, sólo no se tiene cuando uno es muy niño y todavía no ha sufrido las risas o mofas de algún otro. Es así como durante esos ensayos los adultos nos trasladamos a un mundo seguro, a una zona donde sabemos que hagamos lo que hagamos no hay juicios, ridiculizaciones ni cuestiones; todo éso se queda en la puerta y a veces incluso ni se recoge al salir y se crea esa especie de círculo de confianza que te traslada a un sitio, de alguna manera mágico, cuando te ves rodeado de ese grupo de personas que forman tu tropa. Donde te atreves a hacer cosas que quizás ni delante de tus más íntimos te atreverías, y no hablo de tabúes comunes en esta sociedad actual sino de absurdeces como ponerte a imimitar un animal, soltar el cuerpo emitiendo gemidos un tanto extraños, gritar como un bebé… abusurdeces o genialidades que te pueden hacer sentir libre y de cuya libertad se te despoja en algún momento no muy claro del paso a la vida adulta.
Aparte de estos ejercicios también nos toca trabajar el de la interpretación, claro, seguimos en el teatro. En esta fase nos toca adoptar un personaje que a veces nos puede quedar cerca de lo que somos o quizás todo lo contrario. Y lo que a mí más me fascina de tener enfrente a un personaje es mirarle a los ojos y ver cómo suponen la unión de dos mundos. El de la persona, con la que has alcanzando un nivel de conexión máximo de alguna manera, y el del personaje, con el cual tienes que jugar según dicten las reglas del guión en el más puro sentido literario. Y resulta que en ciertos momentos, ahí encima, en el escenario, vuelve a suceder la magia. Porque en un momento ves como al personaje de enfrente se le ha olvidado la siguiente frase, la respuesta a tu pregunta, y quizás se atisba un minímisimo rastro de pánico o terror en un ojos que vibran rápidamente hacia ambos lados y de repente, ¡paf!, los ojos se transforman en la calma absoluta que da la confianza de saber que los otros ojosq que le miran, los que tiene enfrente, son los de esa persona de la tropa, la del círculo mágico, y que el público no sabe lo que pasa, y que lo que un personaje ha olvidado el otro se lo va a recordar, y que si no, da igual porque los ensayos y el tiempo pasado juntos en ese círculo mágico, en esa zona de confianza máxima, te hacen, de alguna manera, invencible para superar cualquier contratiempo que se pueda dar encima del escenario.
Y lo mismo pasa en esos momentos previos a la subida a escena donde los nervios intentan adueñarse de todos y cada uno. Algunos lo gestionan mejor, porque tienen más experiencia o porque, simple y llanamente, son menos nerviosos, pero en general existe una emoción intensa que de alguna manera revoluciona el interior del cuerpo. Y ahí están esos abrazos, esos besos, esas miradas, esas sonrisas y esas frases de calma que ya no es que te bajen esas revoluciones sino que ayudan a que se conviertan en ansias de subir ahí arriba y comerte el mundo. Y que la ovación del público al final podrá ser mayor o menor pero que sólo por estar, ahí arriba, en el momento del saludo final como tropa ya todas las horas de trabajo y esfuerzo merecen la pena. Porque acaba la función y el telón se cierra pero esa puerta abierta a la confianza máxima de la tropa ya casi nunca se cierra.
Y es que, querido público, el cielo queda bastante cerca desde lo alto del escenario cuando se sube acompañado. ¡Pasen y vean!