Kelix se incorporó del sofá donde se había quedado dormida. La luz azulada que desprendía la pantalla de su ordenador, situado sobre la mesa baja del salón, le molestaba. Miró el reloj que marcaba las tres de la madrugada y se maldijo por haberse quedado dormida. El ritmo incansable de trabajar en aquella fábrica a turnos la estaba matando. No estaría tan mal si al llegar a casa descansase como su cuerpo le pedía pero se resistía a dejar de la lado la vida que le apasionaba y le hacía feliz: recorrer los bajos fondos de la red de redes, Internet como decían algunos, en busca de culpables contra los que que descargar su frustración era su pasatiempo preferido.
Se levantó y se acercó a la nevera de donde sacó una botella de refresco de mate. Se anunciaba en muchos sitios como la bebida de los hackers pero a ella eso le parecían chorradas. Le gustaba porque contenía mucho menos azúcar que el resto de refrescos y, además, la cafeína le mantendría despierta las suficientes horas como para terminar todo lo que tenía pendiente.
Regresó al sofá, sacó un posavasos del cajón de la mesa que miró con cierta melancolía. Era un recuerdo del viaje que había hecho con su pareja hacía muchos años por Escocia. Pensó en las vueltas que da la vida y de cómo ahora ya no tenía tiempo para parejas. De todos modos se permitió cerrar los ojos un momento y recordar el olor de su perfume. Relajó los hombros y deseó que todo le estuviese yendo bien.
Tras ese pequeño momento de debilidad se puso manos a la obra. Lanzó el terminal para conectarse a un servidor remoto que anonimizaría todas sus conexiones desde San Francisco y abrió sus programas de mensajería instantánea, su email y el chat donde cada noche se reunía con los suyos y que anunciaba su llegada con un “Kelix ha entrado en la sala”.
La sala estaba bastante calmada aquella noche lo que significaba que se había perdido las conversaciones interesantes de media noche. Se lamentó pero pensó que mañana sería otro día. Recorrió varios de los foros de la deep web que frecuentaba en busca de pedófilos y pederastas. Esta semana ya había enviado tres informes anónimos a la policía. Como sabía que la policía tardaría demasiado en ocuparse de aquellos padres de familia que vivían una doble vida ya se encargaba ella de vaciar, mientras tanto, sus cuentas corrientes y enviar diversos correos con fotografías comprometidas a los contactos más interesantes de las agendas que también conseguía robar remotamente. Le gustaba el rol de juez y verdugo que se había autoimpuesto. Ventajas del anonimato de Internet y poder aplicar la ley por su cuenta. Se pasó también por aquel market donde solía comprar diversos narcóticos y estimulantes y que, tras cuatro golpes de ratón, un pago en moneda electrónica y tres días, llegarían a su casa en un sobre marrón que no delataría nada. Todavía le quedaba algo de Valium en el cajón e la mesilla pero había aprendido a racionarse. Las drogas le fascinaban pero su gran autocontrol siempre había sabido imponerse. Juez y verdugo, también para sí misma.
Una pequeña ventana sonó del lado derecho de su ordenador. “Sandra, ¿estás ahí?”. Sintió como el sonido de su propio nombre, al leerlo, le arañaba el cerebro. Nadie usaba su nombre real, de hecho, casi nadie lo sabía… se sintió presa del pánico y cerró la ventana. Intentó concentrarse y verificó que el programa que tenía minando monedas electrónicas seguía dándole beneficios. Se sintió aliviada hasta que la ventanita volvió a aparecer. “Joder, Sandra… es importante… han pillado a Tyrz0x. Creo que es por la mierda que encontramos rebuscando en los archivos de la embajada. Si es por eso van a ir a por ti seguro. Ten cuidado”.
De repente le pareció oír el ascensor del rellano y como unas botas se acercaban a su puerta. ¡Mierda! Pensó.