Cris y Laura

Cristina entró por la puerta cargada con dos bolsas de basura el supermercado de la esquina. Pesaban una barbaridad y es que no estaba acostumbrada a tener que hacer compra para dos personas para dos semanas. Las dejó en el suelo, lanzó un suspiro y se masajeó las llemas rojas de sus dedos. –¡Hola! –gritó retomando el camino con las bolsas hacia la cocina. Y cuando las dejó sobre el suelo de la cocina, giró la cabeza y vio toda la pila llena de platos, vasos y cubiertos sin fregar lanzó un bufido y corrió los pocos pasos del pasillo hasta el cuarto de Laura.

–¡Joder, tía!¡Estoy harta! – empezó a gritar mientras aporreaba la puerta. Se suponía que yo bajaba a hacer la compra y tú recogías la cocina. ¡De verdad!¡Es que eres imbécil!

Laura salió de su cuarto con el pelo alborotado, todavía en pijama y exhalando un poco de vapor de su cigarrillo electrónico (en los últimos meses de confinamiento había dejado un poco de lado su higiene personal pero, al menos, se había quitado del tabaco). –Tía, tranquilízate que no es para tanto. Estoy todavía terminando el trabajo de dibujo técnico y no me ha dado tiempo. Ya lo haré luego. No seas tan tiquismiquis.

–¡Ni tiquismiquis ni HOSTIAS! Teníamos un trato: yo bajaba a hacer la compra y tú te encargabas de la cocina. ¡Pero tú sabes cuánto pesan esas putas bolsas? Mira, no me hace ni puta gracia estar encerrada contigo y en cuanto levanten las restricciones me piro al pueblo a seguir las clases por Internet y te quedas tú aquí con tus trabajos y tus mierdas.– Miró a Laura de arriba a abajo y añadió: –y podías ducharte, que apestas.

Laura le devolvió la mirada sin decir nada y cerró la puerta dejando a Cristina plantada en el pasillo que dudó si volver a aporrear la puerta de su compañera o retirarse a su cuarto. Quizás se hubiese pasado. Tampoco era tan grave lo de la vajilla. Le costaba entender cómo habían pasado de ser las mejores compañeras de piso a odiarse en tan pocos meses. Aunque quizás era la manera que tenían de desahogarse ante la situación actual… Al final decidió volver a su cuarto pero de camino se metió al baño, cerró la puerta y se sentó a hacer pis sosteniendo su cabeza entre sus manos e incluso cerró los ojos hasta que los fuertes golpes en la puerta la sacaron de su microsueño.

–¿Sabes lo que pasá, Cris? ¡Que tú eres la imbécil y además una listilla! –empezó a gritar Laura –te quejas de mí por no fregar los platos pero cuando te digo que quiero bajar yo a hacer la compra me dices que no, que prefieres bajar tú. ¡Claro!¿Te crees que no me doy cuenta de que das un rodeo por el parque? Que el puto súper está a tres minutos, tía, y tú tardas hora y media. ¡Una listilla!¡Eso es lo que eres!

Cris se levantó, se secó con el último trocito de papel que quedaba en del último rollo y tiró de la cadena ignorando los gritos al otro lado de la puerta. Se lavó las manos y salió hacia su cuarto pasando completamente de Laura que seguía gritándole. Se metió en su cuarto dando un portazo, se tiró en la cama, conectó el móvil al altavoz bluetooth y subió el volumen de su Spotify a tope. Laura dio un par de golpes más a la puerta y gritó algo que ella no pudo escuchar. Inspiró, cerró los ojos y se puso a recordar cómo era todo hacía unos meses y lo mucho que le gustaba escuchar aquel disco con un vaso de vino y Laura a su lado en el sofá entre risas.

–¡Te toca recoger la compra! ¡Ah! Y no quedaba papel higiénico pero por lo menos he comprado tres paquetes de kleenex. –dijo levantando la voz por encima de la música.