Bолк

Las puertas automáticas se abrieron silenciosamente al detectar mi presencia y pasé a aquella sala fría y perfectamente iluminada. Y sorprendentemente vacía. Dentro de la gran nave no era una de las más frecuentadas pero era una regla no escrita que el resto de agentes se reuniesen allí antes de partir de misión. Me extrañó, por lo tanto, estar solo pero me acerqué a la mesa del fondo y examiné los dispositivos que habían preparado para mí: el reloj de apariencia normal (e incluso algo vieja, me atrevería a decir) pero que escondía dentro la más puntera tecnología de comunicación por satélite además de un microordenador, el bolígrafo explosivo capaz de volar por los aires un camión de tres toneladas, las gafas de sol que permitían ver en la oscuridad y cuyos cristales de apariencia normal al activarse se convertían en pantallas y la cartera de cuero que al abrirse mostraba un pequeño teclado y que servía como interfaz entre el microordenador y las gafas. No pasé por alto la cajita metálica con mi nombre grabada y en cuyo interior podía encontrarse una pieza dental hueca que contenía la capsula con cianuro.

Me ajusté el traje, me puse el reloj y las gafas y antes de meter el bolígrafo en el bolsillo de la camisa recordé la última vez que había tenido que usarlo y los gritos de aquellos pobres desgraciados antes de la explosión. El eco de los pasos de los tacones me sacaron de aquellos pensamientos pero no me giré hasta que oí la ronca pero agradable voz de Madre (nadie sabía su como se llamaba en realidad) — Vaya, Mr. C., parece ha llegado usted antes de lo esperado. — Madre, verá, sí. Recibí el mensaje y me puse en camino, había menos tráfico de lo normal… y, además, parecía importante… – Verá, Mr. C., la misión de hoy es algo especial. Sólo estamos al tanto la cúpula, yo, y ahora usted. Creemos que puede haber un topo entre nosotros y preferíamos ser precavidos. Necesitamos que lleve esto —dijo mientras me entregaba un pequeño cilindro metálico bastante ligero— a la base de Nordeska. Contiene cierta información que, digamos, nos permitirá coger cierta ventaja en asuntos de estado. Mejor que no sepa de que se trata. Aténgase a las órdenes, no cuestione y no falle. Lo de siempre.

Estaba en el coche, conduciendo despacio entre aquel bosque nevado, cuando me pareció ver una sombra entre uno de los árboles del final. Quizás fuese mi mente jugándome malas pasadas (en el avión no había conseguido pegar ojo) o fuese algún pequeño cervatillo asustado por el reflejo de mis faros. El caso es que ya vislumbraba las luces rojas y blancas de Nordeska así que aceleré un poco queriendo llegar cuanto antes pero sin salirme del camino. Y entonces lo vi y lo oí. El fogonazo del disparo llegó antes que el sonido. Y, éste, antes que un terrible dolor punzante en el hombro derecho. La bala, calculé que de un calibre 57mm, había perforado limpiamente el parabrisas, mi cuerpo e incluso el asiento. La adrenalina me mantenía alerta pero, intuí, que la bala había destrozado mi arteria subclavia y no duraría muchos minutos. Un disparo perfecto: mortal pero no instantáneo.

Y entonces oí los pasos que se acercaban pisando la nieve, la puerta del todoterreno abriéndose y sentí una mano que buscaba el cilindro metálico en el bolsillo interior de mi traje. Ni me molesté en intentar evitarlo porque ya no me quedaban fuerzas. Pero me dió para leer la etiqueta con el nombre “волк” de aquel chaquetón militar justo antes de oír una voz ronca que decía “hoy gano yo, Mr. C.”.